Nada inédito,
solo novedades.
Sin sorpresas, intuición
o pasión hacible.
El eterno retorno
no es una experiencia psicológicamente posible;
mucho menos,
un hecho fáctico.
Existe una tragedia,
entre la circunstancia agravante o atenuante,
de que la cosas ocultan su fugacidad.
Desde allí,
construyo ficciones con mi nostalgia,
y quedo perplejo ante los escombros que mezclan
terror y romance.
¿Qué necesito? ¿Qué me gusta?
¿Qué quiero?
¿Cómo estoy?
¿Hacia dónde voy? ¿Dónde estoy?
Ante la irresolución,
me oculto en la misantropía a veces;
para odiar como un animal egoísta;
y unas otras obscenamente
en un altruista abandono.
Clavados en el presente,
el retorno infinito nos invita a creer
en un privilegio exento a los mortales:
La eternidad.
Lo inmortal no está vivo,
perdura muerto,
inerte a su movimiento.
Sin conciencia,
sin historia,
sin amor
ni memoria.
¡No hay cadáver de dios!
¡su ataúd está vacío!
El tiempo es una ilusión intelectual
y el poder que ahora tienes en tus manos,
está manchándote la ropa.
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