Y de repente dos ojos encimados
pero sin tocarse, hacían de actores de la obra teatral: “El baile de la tierra
con la luna”.
En la esquina pasaba reflexiva y a la vez convencida la
existencia manchando a la nada de una manera intensa y con un movimiento de
bruma de una playa cuyo mar se componía de Mouse de chocolate. Los delfines de cristal
merodeaban el centro de la laguna, cuando decidían dejar de volar y bajar a
refrescarse. Cuando la fantasía se moja los pies en verano mientras pescaba
semillas con una tanza de plata atada al pincel que le regaló un sastre. Luego
las enterraba en tierra de lana, y las regaba con rayitos de sol todas las
madrugadas, para que les crezcan la risa y las piernas dejándola que se vaya
corriendo a jugar con su vida. (De todas maneras siempre pasa cada tanto a
saludar)
Es la vida de los girasoles, la de vivir como la luna, siguiendo a la
tierra aunque ella nunca dejará de seguir, a esa estrella, que con sumo encanto
y belleza generó la fuerza; aquella fuerza que hace latir el corazón, la
energía instintiva que se revoluciona a sí misma y ya enamorada se convierte en
pasión. Aquella primavera en la que descubres que las flores comenzaron a tener
mas aroma que en los días en que vacaciona el calor. El despertar de los
sentidos que creían haber vivido mucho con ser apenas embrión.
La meditación
quedó embarazada, y en algunas mentes las letras son tan putas y promiscuas,
que no paran de parir palabras y de poblar las neuronas de ideas. Dejé el alter
ego en un cajón y me puse la remera del martillo y de la hoz El placer entre cánticos
rojos y amarillos, como un conciente proletario comenzó su revolución. Explotaron
los globos de las carencias llenado mi panza de mariposas que en su aletear le
regala a la piel la templanza de una sensación de calidez. Jugar con un poco de
filosofía que le compre al artesano del puesto posmoderno en la feria del arco
iris. Así sentado en el sillón viajero, con una copa de vino tinto y una pipa,
chocolate amargo y licor de nuez. El gusto en mis labios del último beso que me
acabas de dar, untado del recuerdo de tus caricias en las dos caras internas
del pan; el deseo caníbal ansioso y melancólico se comenzó a devorar. Es cuando
el fuego se transforma el verbo. La sincronía de un cuerpo, una mente y un
corazón. La eternidad del universo que solo es necesario a sí mismo, y la existencia
que no saciada de declararse vencedora ante la nada, nos solo dio inanimados y
animados, si no que dio una cargada de sensibilidad y razón. Sigamos hablando
de esa palabra de cuatro letras que aparece cuando se miran nuestros ojos y
comienza la conexión.
Mi gran susceptibilidad a la belleza de las canciones, el
grito eufórico de un primerizo “dale campeón”. Tengo la trascendentalidad
poética guardada en una caja de fetiches en el armario de mi pieza. Tengo adiós
muerto y enterrado en el fondo de mi casa. Con Friedrich construyendo sobre su
tumba una parrilla de brillantez y baba. Karlitos y Vladimir Ilich invitaron a una amiga. La ciencia viene el sábado a la noche
a fumar esperanza y comer un asado de certezas. Y mejor me tomo la aspirina
antes que me empiece a doler la cabeza. Siento mi prosa muy espesa y con una
infantilidad sutil que marea.