La soledad no se elije,
se acepta;
y a veces se comparte.
Fue como si Atenea y Afrodita arrojaran una lanza, clavándola en mi espalda; entrando en hemorragia los tejidos de mi alma. Como si hubiese destruido en la boca cerrada una nota con la palma de mi lengua.
Como y fumo.
¡Tengo hambre!
Como, fumo y fumo;
fumo todo,
fumo mucho.
Ciertos silencios simultáneos en combinación con ruidos de afuera, me atormentan. Al igual que el sonido de los grillos y el chillido de los murciélagos coreando esta noche macabra, calma y perfecta.
La soledad nos elije,
nos arresta,
entonces; a veces la combaten.
Junto a la muerte
juega con nosotros,
al igual que con ellos
sabiendo que van a ganar.
La templanza mortal agotada, malabarea utopías entre densas nubes de niebla. Aplastando con los pies flores y semillas; pisando fango y espinas. Solo la luz de un faro o quizás de un barco, atravesaba las nubes aterrizadas encegueciendo y sin dar certezas de direccionamiento correcto; como si el colmo te rindiera una fiesta.
¿Acaso pretendes ser feliz?
-¡Concéntrate en llevar tu subsistencia a cuestas!
¡¿Acaso no ves que tu libertad nos molesta?!
Acoto que posiblemente a la muerte también la moleste, viendo la insistencia de presentarse de forma cínica e intrépida. Mala leche, traidora y eterna.
La soledad no se elije,
se acepta,
y a veces se olvida.
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