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Imagen 1 |
Creí, y el tema central es que creo, que creí mal, y redundantemente me
mareo en esos nudos que tejo con lo que se me va cayendo en la piruetas de una órbita
que me mueve de aquí para allá, sin respetar mis leyes de gravedad. Houston tenemos
un problema, el corazón tiene nauseas, la arcada lo contorsiona y lo arquea, y
esta montaña rusa que parece eterna se enreda y enreda en un laberinto. Y al
costado del camino lo único que se encuentra es tierra seca, y esas mascotas
muriendo por que alguien las abandonó. A la pasión le hace huelga todos
aquellos momentos que al pensarlos nos decimos: hablo de “aquello que nunca más
nos ocurrió”. Últimamente muy a menudo despierto con sangre seca entre las encías
y el labio inferior.
A veces existen cosas peores que las pesadillas,
porque estas son al menos arte cinematográfico de la imaginación en terror; hay
sueños que dan aún más miedo, son aquellas que entrarían en el género llamado
cine documental, que relata como en nuestro sistema se le niega al corazón representatividad.
Y cada tanto en alguna que otra manifestación, sonaron disparos y sirenas. Al
otro día el periódico lo oculta, para que siga creciendo la celda, como una
inundación; como una ola que arrasa con la costa y toda su población. Otra vez
chocan los planetas por un error del sol; de nuevo el problema es la órbita y
me redundo en un redondeo que es la inercia que presiona por la mala dirección
que toma nuestra gestión. Se rompe una turbina en el medio de un vuelo directo
desde Tierra del fuego con destino a Japón.
Como se aclara anteriormente, creí mal. Creí que
ella sabía, cada vez que entraba por la ventana, que mis paredes eran poesías
en hojas de papel escritas a mano, espejos muy delgados, y manantiales y oasis esparcidos
por ahí.
Pero todavía recuerdo cuando el desierto no era más
que nuestros cuerpos desnudos, dando clases de calor, a los volcanes inseguros. Se me queda sin cartuchos la
ballesta, con la que te disparaba miradas hacia el corazón. Robín Hood era muy bueno, pero la puntería le
falló. No le pegó a la manzana, que entera rodó y rodó. Esta vez un poco más
roja, un poco más húmeda y con un poco más de dolor. La manzana no volvió a
pronunciar palabras, luego de ver lo que vio… Danza una melodía muda en el silencio, los
movimientos perdidos de las piruetas que hacíamos, bajo el manto invisible de
esta oscuridad.
Me despido diciendo que en algunos de los pasos dados,
el piso se astilla y al hacerlo suena. No
teman si me ven temer al caminar, es parte de la vida de los malabaristas, de
los felinos que caminan en la cornisa, de los que bailan al borde del abismo con
enemigo y de los que se duermen con la ilusión insatisfecha.